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¿Sentimiento de inferioridad?

Hace un tiempo, asistí a una conferencia sobre cine en la Universidad de Navarra. El mejor ponente fue un director polaco muy sabio, que confesó que Europa sufría de un gran complejo de inferioridad a la hora de promover su arte, y que Estados Unidos invadía no por su calidad-justamente son ellos los que nos admiran, por mucho que los europeos nos empeñemos en no creérnoslo- sino por su política de distribución y marketing.

Aunque parezca que me he ido de tema- que esto va de ópera, señores- el fenómeno de exporting opera me ha hecho pensar que esta teoría, gracias al cielo, se empieza a resquebrajar. Sabemos que España nunca se ha caracterizado por una gran tradición operística, ni mucho menos por ofrecer infraestructuras adecuadas o apoyo a los artistas. Gracias a figuras de diferentes ámbitos dentro de este arte, como los famosísimos cantantes Plácido Domingo o Juan Pons, parece que los "operísticos" españoles van abriendo brecha en la ópera mundial, especialmente en España. No sólo cantantes de cada vez más reconocida fama- como Isabel Rey, María Bayo o José Bros son los promotores de este avance, sino personalidades como la conocidísima Nuria Espert o los directores de escena Calixto bieito y Lluís Pasqual tienen su papel protagonista.

Para Miguel Lerín, director del Concurso Viñas de Barcelona, además de reconocido agente de cantantes, “hay una demanda tan grande que, hoy día, hay cantantes de todo el mundo. El proceso de globalización es imparable y, entiendo, que el caso español no va a ser diferente. Como los teatros necesitan cantantes jóvenes ante el altísimo coste al que se han disparado los montajes, ahí están los nuestros”. La gran ventaja de los cantantes españoles actuales es que “han mejorado su formación. Incluso hay canteras, caso de la valenciana, que está teniendo buenos resultados, sobre todo en mujeres”.

Exporting opera
La lírica española conquista los escenarios internacionales

España ha sido durante años la pariente pobre de la lírica europea. Ahora, sin embargo, se perfila como un auténtico motor. A la proyección de los cantantes sigue la de los directores de escena. Lluís Pasqual dirige el 30 de noviembre Tristán en Nápoles y se suma a los ejemplos de Espert, Sagi, Bieito o Plaza.


La vida lírica española está no sólo en un proceso de normalización –aunque pueda quedar muy lejos a la hora de alcanzar los parámetros de otros países– sino que comienza a expandirse. Si tenemos en cuenta la deficiencia general de nuestras infraestructuras operísticas durante decenios, resulta todavía más meritorio el hecho de que cantantes, directores de escena y producciones se paseen por todo el orbe. El próximo martes el Teatro San Carlo de Nápoles acogerá un nuevo montaje de Tristán e Isolda realizado por Lluís Pasqual. Este mismo mes, la Ópera de Washington, donde reina Plácido Domingo, ha acogido a un nutrido grupo de nuestros artistas para acometer Luisa Fernanda, apenas unos días antes de que la de Los Ángeles recibiera la producción de Carmen del Real, realizada por Emilio Sagi. También la próxima semana, Montpellier abre sus puertas para el montaje de Turandot concebido por Nuria Espert.

Son datos fríos que reflejan una realidad sin triunfalismos que viene corroborada por la presencia de nuestros cantantes en el panorama. Encabezados por Plácido Domingo que sigue siendo el mayor embajador operístico español en todo el mundo, y por Joan Pons que, en plena madurez, es nombre habitual en muchos montajes, especialmente en el Metropolitan de Nueva York, cuenta con una docena de figuras que van alcanzando metas cada vez más destacadas. Tal es el caso de las sopranos Isabel Rey, María Bayo, Milagros Poblador, Ana María Sánchez, Ofelia Sala o Mariola Cantarero, de las mezzos María José Montiel y Silvia Tro Santafé, del tenor José Bros, de los barítonos Carlos Álvarez y Manuel Lanza, de los bajos Simón Orfila, Josep Miquel Ramón y Stefano Palatchi.

Directores a escena
El ejemplo de nuestros directores de escena comienza a ser, curiosamente, tan aparente como el de los cantantes. Así, Calixto Bieito es ya una de las figuras más cotizadas del panorama internacional, igualmente requerido en Gran Bretaña como en Alemania, donde lleva a cabo sus provocativos montajes. Otro de nuestros hombres más presentes en el panorama es Emilio Sagi, que visita habitualmente tanto Estados Unidos como Italia. Lluís Pasqual, que realiza por primera vez estos días una lectura del mítico Tristán wagneriano en el San Carlo de Nápoles, ha sido uno de los contados artistas españoles acogidos en el Festival de Salzburgo. Su colega José Carlos Plaza fue requerido para llevar a cabo una versión de Los diablos de Loudun de Penderecki en Turín, que trajo bastante cola y Nuria Espert ha visitado desde el Covent Garden a, ahora, la Ópera de Montpellier.

“Es un proceso de normalización si se tiene en cuenta la evolución de la ópera en España en los últimos años”, afirma Javier Menéndez, director artístico de la Ópera de Oviedo. “Cada vez son más los teatros en España que llevan a cabo una vida lírica normal. Eso fomenta tanto la presencia de nuevos cantantes como de montajes que llaman la atención fuera de nuestras fronteras”, señala refiriéndose a la inclusión de nuestro país en las redes líricas habituales. Y es que, si analizamos lo que era España hace apenas tres decenios, sólo el Teatro del Liceo de Barcelona tenía un curso similar al de los demás países. Oviedo, Las Palmas o Bilbao tenían minitemporadas y Madrid jugaba, sin un local del todo adecuado, al quiero y no puedo. Santa Cruz y La Coruña añadían algunos florones. En el resto cualquier actividad operística tenía sólo carácter ocasional. Hasta los ochenta no llegaron las compañías del Este. España comenzaba a interesarse por las más o menos vistosas producciones de Bratislava, Sofía, Plovdiv o Brno.

Giras celebradas
Gran trascendencia tuvo en la normalización, tanto del repertorio como en la exhibición de títulos, las giras que llevó a cabo la Opera de Cámara de Varsovia, casi siempre con títulos mozartianos, que el empresario Alfonso Sanz presentaba con enorme éxito. La apreciada Flauta Mágica del conjunto polaco, realizada por Stefan Sutkowski fue, para muchos, el descubrimiento de un mundo que había estado oculto. Una veintena larga de ciudades, que contaban con teatros restaurador, se vieron en la necesidad de acometer la programación lírica entre sus actividades.

Posteriormente, se han sumado a estos coliseos remodelados los nuevos auditorios multiusos, que han llevado a cabo un tejido lírico cada vez más consistente en nuestra geografía. Importante ha sido la incorporación de Andalucía. Al Teatro de la Maestranza de Sevilla, que gracias a la Expo, inició una actividad antes inexistente, hay que señalar el esfuerzo del director Francisco López que, en Córdoba y ahora en Jerez, se muestra como un gran dinamizador. Últimamente, sin excesiva publicidad y para consumo interno, se ha añadido el Cervantes de Málaga que tiene en su paisano el barítono Carlos Álvarez a su mayor valor.

“Es inevitable que todo esto vaya a más”, afirma Menéndez, “y aunque sólo sea por abaratamiento de costes, los teatros europeos están condenados a entenderse. Sin ir más lejos, Oviedo, que en el terreno de la producción siempre se ha movido en el panorama nacional, ya ha previsto su primera coproducción inminente de una obra de Gluck junto a las Óperas de Lieja y Niza”. La consecución del foro Ópera Europa, en el que participan varios teatros españoles, “favorece mucho estos proyectos, ya que se anuncian previamente las intenciones artísticas y cada uno puede engancharse si le interesa”, comenta Menéndez.

Emilio Sagi sabe que, en este momento, “hay una cantidad importante de estrellas españolas en el exterior. Y ya no es tanto que sean concebidas como tales, sino que son artistas que se mueven en el panorama internacional al mismo nivel que sus colegas. Siempre ha habido cantantes españoles de éxito y ahí están los casos conocidos de Caballé, Berganza, Los Angeles, Lorengar. Pero ahora hay más”, comenta.

Basta repasar el calendario de algunos jóvenes artistas para constatarlo. Así el del tenor José Bros incluye en los próximos meses el Capitole de Toulouse, Munich, la Staatsoper de Viena, o la Ópera de Washington. Su colega Mariola Cantarero, a pesar de su juventud, se presenta con un recital en Londres, al que siguen Trieste, Florencia y Nápoles. Recién abierta la Fenice de Venecia incluye a Ana María Sánchez y María José Montiel.

Demanda de cantantes
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Sin embargo, Lerín se muestra más cauto a la hora de valorar a las nuevas generaciones. “Siempre hay gente con talento en todos los sitios y no va a ser menos en España. El problema general es, sobre todo, de falta de técnica. Se precipitan demasiado pronto y, claro, la cosa no consiste sólo en disponer de una voz, sino en saber manejarla. Sin una buena técnica, al poco tiempo entran en crisis”, afirma tajante.

En la formación de nuestros artistas estamos lejos de otros países. Basta comparar las capacidades de los alemanes o británicos para leer todo tipo de músicas, para constatar que los nuestros se las ven y desean para afrontar ciertos repertorios, especialmente el del siglo XX, aunque en esto haya excepciones y se aprecie un cambio progresivo. El reto futuro vendrá cuando se añadan directores de orquesta, todavía muy ajenos salvo dos o tres nombres. Y, paralelamente, hay que apostar por las óperas españolas, lejos aún de alcanzar la presencia que su valor exige.

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